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miércoles, 22 de octubre de 2014

LA HORTENSIA

UN DÍA ETERNO

Nació como todas y alcanzó pronto la madurez. La hortensia se sabía una de las más hermosas del pequeño jardín repleto de flores de distintas especies. Alguien se ocupaba de ellas con extremado cuidado. De un tiempo a otro, aquel mismo personaje recogía las que habían llegado a su mejor momento, hasta que no le cabían más en las manos.

     Un día la hortensia sintió el afilado hierro hacia la mitad del tallo. Junto a otras, el puñado de flores pasó de mano en mano por diversas estancias todas desconocidas. Manos que las trataban con suavidad. Eligieron las más hermosas, entre las que se encontraba ella, y las pusieron a los lados de una caja cubierta con una tela fina decorada con dibujos regulares de encaje. Se hizo de noche. Una pequeña lámpara iluminaba parte de la sala.
     
     Al amanecer, un calor cercano hizo que perdieran poco a poco su brío y aroma, durante la hora y media que permanecieron expuestas a ese calor. Una mano rugosa las apiñó y formó un manojo que tiró al fondo de algo circular abierto en la parte superior. Allí se sentían morir. Se arrugaban y perdían los pétalos. La hortensia se resistió. Hizo esfuerzos por mantenerse abierta y, aunque sabía que su fin era el mismo, esperó en la oscuridad. De pronto, una luz intensa inundó aquel espacio junto a un aroma desconocido para ella. Todas retomaron su aspecto anterior. Una mano las recogió con suma delicadeza. 

     Trasplantadas en una tierra esponjosa, la hortensia recuerda el tacto de aquella mano y las dulces palabras de agradecimiento. Estaban un jardín cuyos límites no divisaba y donde la belleza lo envolvía todo.

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