ESTHER
Transcurrieron
meses de intenso trabajo. La misma habitación, los mismos muebles, casi la
misma luz cada día. Comenzar y recomenzar a tocar las mismas notas en las
cuerdas que se escurrían entre los dedos de su arpa fue el continuo reto de Esther,
hasta que dominó las partituras elegidas. Idéntico camino recorrió María, una amiga
con quien alterna su trabajo en la orquesta.
Esther
tenía veinte años. Era impetuosa y de extraordinaria delicadeza con sus dedos. Asistía
por primera vez a un concurso de tal envergadura. María había participado otras
veces. Era dos años mayor que ella, más práctica y de manos ágiles.
Las
dos salieron ganadoras en España y competirían en el concurso anual que se
celebraba en Múnich para los aspirantes a la Orquesta Joven de Europa.
Un
día antes de dicho evento se instalaron en casa de Fernando, musicólogo y amigo
común. Esa tarde cenaron fuera de casa y regresaron hacia las diez. Esther
entró en su habitación. Se quitó los zapatos, desabrochó los botones de los
puños, cogió el arpa e interpretó con suavidad una canción popular de cuna.
El
teatro estaba casi lleno. Tenía cuatro pisos y capacidad para unas mil
personas. Había centenas de lámparas en forma de araña con pequeñas bombillas.
El escenario de moqueta azul estaba adornado de flores y en el medio lucía un
arpa dorada con destellos como de diamante.
En
un momento las pequeñas bombillas se apagaron al tiempo que el escenario
cobrara vida con la luz de los focos. Una mujer vestida de gala dio la
bienvenida al público y participantes. A continuación, habló sobre la tradición
del concurso e hizo un breve comentario sobre la carrera musical de la veintena
de candidatos.
Detrás
del quinto concursante Esther salió al escenario inundada de luz. Saludó al
público y mientras cogía el arpa se oyeron algunos aplausos. De las tres piezas
que debía interpretar reservó la mejor para el final.
Como
más tarde le comentaría a María, después de la primera se sintió segura, olvidó
al público y el lugar donde estaba.
Iba por la mitad de la última, cuando de pronto hubo
un apagón. Voces de asombro e inquietud llenaron el local. Esther dejó el arpa
con tranquilidad y esperó. Un hombre vestido de noche salió al escenario, que
se mantenía en penumbra con las luces de emergencia y rogó unos minutos hasta
que los técnicos repararan el fallo. Se alzaron los murmullos. Insinuó cortésmente
a Esther si podría improvisar algo. Ella pareció dudar y aceptó. Secándose la
frente pidió silencio para escuchar a la concursante. Unos aplausos apagaron
las voces. Silencio. Esther continuo donde se había detenido.
María
le comentó más tarde el ambiente que se creó. Ella parecía una estatua brillante
con su traje blanco, los retocados de oro y el arpa. La música lo llenaba todo.
Incluso en ciertos momentos hubo voces contenidas de alegría y de asombro —algo
que ni Esther recordaba.
Los
focos se encendieron a los cinco minutos. No hubo un solo movimiento. Esther siguió
hasta que se trabó en un compás a poco de finalizar. Se detuvo unos instantes. Tomó
aliento y continuó aún a sabiendas de que el premio ya no estaba a su alcance. Los
aplausos llenaron el foro cuando terminó. Muchos se pusieron en pié y desde los
palcos le arrojaron flores. Cogió una y la besó. De pie junto al arpa saludó al
público. Mientras se ocultaba tras el telón se cruzó con María. Un intenso saludo
y su amiga entró al escenario. El aplauso fuerte y sostenido hizo que saliera dos
veces a dar gracias al público.
Junto
con los demás concursantes esperaron el fallo del jurado mientras a lo lejos escuchaban
el arpa. Una joven irlandesa fue la premiada.
Aquella
noche, Fernando y sus dos amigas asistieron a la fiesta de clausura en un
lujoso hotel. En la sala de baile estaba el arpa en una esquina. Había un colorido
ramo de flores con una tarjeta donde solo ponía: “Gracias Esther”.
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