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lunes, 3 de noviembre de 2014

EL BARRENDERO

OTOÑO

Regreso a casa. Anoche llovió y el suelo sigue húmedo. La calle, más bien estrecha, tiene a los lados chalets con pequeños jardines a cada cual más curioso. Los árboles de las aceras son olmos. El color amarillo colorea los arbustos y le gana terreno a las hojas de los árboles. Las que están por el suelo embellecen las aceras grises y el asfalto negro.

          Camino despacio bajo un cielo algo encapotado. A unos cien metros de mi casa hay un barrendero trabajando en la acera de mis vecinos de enfrente. Lleva un chaleco y pantalones verdes de plástico con el distintivo del ayuntamiento. Sus aparejos de trabajo son una escoba amplia, una pala y un pequeño carro con dos cubos negros. Está debajo de un árbol frondoso del que caen lentamente pequeñas hojas amarillas, que como copos de nieve le rodean. Según me acerco observo que recoge con parsimonia dos montones bien apiñados que tiene a su lado.
          
            —Hola, buenas tardes.
            —Las mismas tenga usted.
            —¿Mucho trabajo?
            —Pues ya ve… —responde y deja su tarea.
            —Vaya..., debe ser aburrido ¿no?
            —Depende, a mí me gusta.
            —Pero si mañana tendrá que recoger casi las mismas... —le digo interrogante.
           —No se crea —añade sin sombra de queja. Alza la vista hacia la copa del árbol y asegura con cierto humor:
            —Mañana serán menos, ¿ve usted?

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